La concordia es una virtud muy bonita, muy muy bonita. Presupone una lucha previa de la que surge un acuerdo, que además es un acuerdo amigable, así que primero nos peleamos y luego nos vamos de cañas. Concordia fue la diosa romana del buen rollo y un avión supersónico que unía París y Nueva York en lo que engullías un phoskito. ¿Es bonito o no es bonito?
Pero también es un dolor de cabeza, sí sí, un maldito dolor de cabeza, un fucking pain of tarro, y lo sabes. Porque el que ha sido tu enemigo está ahora delante de ti —míralo, mira qué cara de imbécil— riendo y cantando, celebrando la concordia, bebiéndose tu vino y mirando a tu novia y no, eso no te gusta. Noooo, no, la concordia es muy bonita de ver, sí, pero de lejos. Y si hablamos de gramática, la concordia se convierte en concordancia y la discordia en discordancia, y eso ya no es bonito ni de lejos ni cerca; eso es el reino de la Duda. ¿Descartes? Una chufa. Que me responda Descartes a cómo se concuerda el adjetivo antepuesto a dos sustantivos con referentes distintos y un solo determinante, que me responda. ¿Cogito ergo sum? Una chufa.